Al hablar de juicios, no me refiero a los procesos jurídicos, que a paso de tortuga, avanzan. Al menos, avanzan. Eso ya es gran cosa.
Me estoy refiriendo al juzgamiento que las personas hacen de otras personas, de acontecimientos, de situaciones y de problemas.
ESTOY PODRIDO DE TANTA SUPERFICIALIDAD. De no buscar las causas cuando chillan por los efectos. De hablar siempre hipócritamente desde una posición de pureza/inocencia/víctimas , cargando la culpa exclusivamente en “los otros”, como si ellos fuesen ETs que no tienen nada que ver con la raza humana. Y oh, curiosidad! Sólo condenan los males por comisión, pero ignoran los males por omisión. Que curiosamente cometemos, casi todos, cuando “nos lavamos las manos”, como Pilatos.
Nosotros, los limpios, los puros, los que no matamos ni una mosca. Los que vamos a la Iglesia o participamos de una obra de beneficiencia para aliviar nuestra conciencia, o aparentar un buen nombre como benefactores. Pero nuestra lengua es venenosa como serpiente, nuestros celos son enfermos, nuestra indiferencia y falta de compromiso con la sociedad de que formamos parte, es total. Criticamos la paja en el ojo ajeno, y no nos damos cuenta de la viga que hay en el nuestro. Algún famoso dijo esa frase, pero no recuerdo quién fue. Seguro que Susana, Mirta o Tinelli, no fueron. El Cardenal Bergoglio, tampoco. Creo recordar algo de un boludito que andaba por Tierra Santa llamándonos de sepulcros blanqueados! ¡Ay, Jesús! Sacrílego? Sacrilegio es no respetar su enseñanza de que todo cuerpo humano es templo de Dios, carajo! Pero ¿quién de nosotros cree que sea un sacrilegio el hambre de un niño harapiento?
Pero también están los otros, aquellos que ni piensan en este tipo de cosas, pero tampoco se calientan “por los otros”. Viven en un perfecto egoísmo, donde sólo existe el “yo” y el “nosotros” se reduce a los seres queridos.
¿Conciencia de pertenencia a una sociedad? ¿Responsabilidad social? Ni siquiera asumimos nuestra responsabilidad sobre nuestros actos, vivimos en un despelote mental, dentro de una burbuja donde domina una droga llamada “irresponsabilidad”. Al final, vivir es una búsqueda constante de sensaciones, que cuanto más corporales, más pasajeras. Pero eso no lo sabemos, nadie nos lo enseñó.
Y entonces, toda esa manga de harapientos espirituales, que va desde los fieles frecuentadores de los templos de piedra pero olímpicos profanadores de los templos vivientes hasta los adolescentes en carrera desenfrenada por una búsqueda constante de sensaciones, agresiones, y violencia, toda esa gama de verdaderos harapientos espirituales faltos de luz y de paz, rasgan sus vestiduras, culpan a “los otros” y se eximen de cualquier examen de conciencia que les lleve a descubrir si forman o no parte de una sociedad enferma, de la que son responsables aunque no salgan de sus casas.
FALTA EDUCACIÓN. Pero no pensemos sólo en nuestros niños o adolescentes. Les falta educación también a nuestros adultos. A muchos nos falta educación alimentar, y arrastramos el estigma del sobrepeso. Pero a muchos les falta educación social. A otros les sobra una educación moral (lo que se permite o no) pero les falta educación ética (lo que está bien y lo que está mal). Un poco de autenticidad y mucho de valor para descubrir NUESTROS ERRORES y NUESTRA CONTRIBUCIÓN para que el mundo mejore: Tierra, mar, aire, plantas, animales y seres humanos.
Si hacemos eso, cuando llegue el momento de emitir un juicio sobre los otros, no será para condenar, sino para ayudar y compartir. Tal vez ellos estén precisando de un poco de luz y otro poco de paz. Y si nosotros la tenemos, seremos capaces de transmitirla.
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