segunda-feira, 21 de junho de 2010

EL CAMPO POPULAR




Nunca me gustaron esas dos palabras para referirme a la realidad política, lo confieso. Inclusive, la conducción de Montoneros en los documentos en los que “bajaban línea” la usaba con frecuencia, y nunca me caía bien.
Pero en la actualidad, luego de toda el agua que pasó debajo del puente en estos 55 años de historia argentina, y con la experiencia acumulada en ellos, se me ocurre que nada mejor que esas palabras, a las cuales le agregaría la palabrita “nacional” para definir el panorama nacional. La historia es tan cíclica y se repite tanto (cuando en verdad es irrepetible) que lo “nacional y popular” no es una mera frase hecha, sino el hilo conductor que define bien una de las dos Argentinas que existieron, y que existen hasta el presente. ¿Quién puede negar esa bipolaridad argentina? Y no me estoy refiriendo a la bipolaridad partidaria, en absoluto. Me estoy refiriendo a una bipolaridad ideológica, presente desde el inicio en los albores de la gesta de Mayo, recientemente celebrados. Siempre fuimos un país partido al medio, y la aceptación de ese hecho debe de ser un punto de partida honesto, sincero.
Ya estoy escuchando los argumentos “patrióticos” para superar esas divisiones, y en favor de un “consenso” civilizado. Muchos lo pueden argumentar con honestidad personal, pero para mí tiene la misma falacia que la “imparcialidad” espiritual que defendía la cúpula eclesiástica argentina (Caggiano a la cabeza) en los 60 para adelante. A aquellos que queríamos asumir un compromiso concreto y mayor con el pueblo nos respondían que no podíamos “parcializarnos”,que debíamos preservar la neutralidad. Y condenando nuestro deseo que respondía a una exigencia evangélica, ellos sí volcaban todo ese esfuerzo de la “no-política” apoyando un sistema político que de cristiano sólo tenía el nombre.
Pues bien, hoy todos esos opositores que reclaman “consenso” y otras yerbas, lo único que quieren es que las cosas queden como están, mejor dicho, como estaban. Porque felizmente, hay gobernantes que no se subordinan a los grupos de poder económico, político o religioso. Pagan el precio de ser llamados de “caprichosos”, “tercos” o “dictadores”, porque toman las decisiones para las que fueron votados, y no por los intereses de pequeños grupos privilegiados, que eran los que “mandaban” de verdad.
¿Cómo no pensar en las dos Argentinas cuando vemos el rejunte opositor convocado por el Cardenal Bergoglio? Leíamos hace unos días la siguiente noticia:

BERGOGLIO SE MOSTRO EN UN ACTO JUNTO A DE NARVAEZ, SANZ Y EX FUNCIONARIOS DEL MENEMISMO Y LA ALIANZA
Opositores bendecidos por el cardenal
Con llamados al “diálogo” y críticas a “la confrontación”, el arzobispo presentó el documento “Consenso para el desarrollo”, redactado por Dromi, Caro Figueroa, Vanossi y Jaunarena. También estuvieron Bergman, López Murphy y Nosiglia, entre otros.
Hete aquí la foto de esa otra Argentina, bendecida por la cúpula eclesiástica más una vez.


¿Más claro? Echále agua. Diálogo vs confrontación, es una falacia. Uno puede dialogar cuando hay objetivos comunes, y divergencia de caminos, métodos o modos. Pero cuando hay objetivos opuestos, ¿cuál es el diálogo posible? ¿Será que San Martín erró fiero luchando contra los realistas, en vez de buscar el diálogo y no la confrontación? Ese argumento de “consenso” suena a falso, totalmente desprovisto de sinceridad. Porque el lenguaje del menemato no tiene nada que ver con nuestro lenguaje. Cuando ellos dicen “desarrollo” se refieren al crecimiento económico en manos de poderosos grupos económicos, donde lo único que crece es el bolsillo de ellos. Cuando nosotros decimos “desarrollo” pensamos en un crecimiento del bolsillo de todos, y además, no sólo del bolsillo sino del hombre como un todo, incluida su libertad y poder de decisión.
Podría poner mil ejemplos más de esa bipolaridad que está mostrando las uñas. Más de una vez, tanto K como Cristina aparecen como los promotores del odio, de las divisiones, de las confrontaciones. La verdad, esas divisiones ya existen, existieron siempre. Lo único que el campo popular (no sólo K o Cristina) hace es confrontar y luchar para superar esas contradicciones. Cuando se reclama “justicia” para los represores, es simplemente porque sólo sobre la Justicia puede construirse un país fuerte, nunca sobre la mentira o la injusticia. Y cuando uno quiere que los represores sean punidos, no es ejercicio de venganza, sino pensando en que las nuevas generacionmes deben aprender que eso, “nunca más”! Y que quien las hace, las paga.
Y aquí entra el papel de los sectores de izquierda. Pero eso lo dejo para otro día.

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