Es la frase que se me ocurre para definir este momento de la historia argentina. Y antes que me tilden de loco o cosa por el estilo, quiero dejar en claro que PACIENCIA no es pasividad ni permisividad. Al contrario. En su etimología más profunda significa PERSEVERANCIA, CALMA.
El Diccionario la define como: “Capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse. Capacidad para hacer cosas pesadas o minuciosas. Facultad de saber esperar cuando algo se desea mucho”.
Es el que sufre, pero no espera de brazos cruzados sino laburando con perseverancia y calma para lograr sus objetivos. Con una confianza enorme en aquello que cree. Con una seguridad total de que, si se saben hacer las cosas, las personas, las comunidades y los pueblos, caminan para adelante y no para atrás.
Esa paciencia nos faltó muchas veces en las luchas populares. El triunfalismo nos hizo errar de análisis y consecuentemente, de política. Recuerdo cuando hablábamos de “guerra prolongada”, pero cuando éramos un millón de argentinos llenando la Plaza en la asunción del Tío Cámpora, y Lanusse se retiraba en helicóptero, todos coreábamos al unísono: “se van, se van...y nunca volverán...” ¡cómo nos la creímos! Y esa noche fuimos a pie hasta la cárcel de Devoto, cruzamos la ciudad entera. Y recuerdo que ya era medianoche cuando abrazábamos a los compañeros que recuperaban su libertad. En esos momentos de euforia, nos olvidamos de la “guerra prolongada”. Y así nos fue.
El monstruo contra el que luchamos no es nada fácil. Pero también es verdad que hoy la situación del Continente es totalmente distinta, y también el orden mundial es otro. El Imperio está, en muchos sentidos, en sus estertores. No lo ve quien no lo quiere ver. El cruce de Cristina con Sarkozy fue impagable, la actitud de Lula con Obama en el caso iraní, también. Ya no somos más el patio trasero, al menos en la postura de nuestros gobernantes, que saben actuar con independencia frente a los poderosos. Ni hablar del episodio de Chávez con el Rey de España. O de los enfrentamientos del Evo con el status internacional.
Tener paciencia, es fundamentalmente, no caer en el triunfalismo. Y no bajar la guardia. Y perseverar en la lucha diaria para que la mayoría de la gente entienda lo que está pasando. Porque si lo entienden, con seguridad le darán la espalda a los Felipes, a los Colorados y a los Cabezones de la vida, por no hablar de “los otros”, los del C.C.C. Y a los Pinos también, salvo que éstos perciban que están meando fuera del tarro, y resuelvan volver a defender las banderas del campo nacional y popular, pero sin estrellatos personales.
Por último, perseverancia para continuar la lucha cotidiana para que la gente participe. En eso erramos mucho, no podemos repetir esos errores. Participar o movilizar, no es llevarlos como corderitos. Eso se lo dejamos para Duhalde o Felipe. Movilizar es lograr que se muevan como sujetos y no como objetos. Que se organicen. Para reflejar aquella verdad de que “La organización vence al tiempo.”
El Diccionario la define como: “Capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse. Capacidad para hacer cosas pesadas o minuciosas. Facultad de saber esperar cuando algo se desea mucho”.
Es el que sufre, pero no espera de brazos cruzados sino laburando con perseverancia y calma para lograr sus objetivos. Con una confianza enorme en aquello que cree. Con una seguridad total de que, si se saben hacer las cosas, las personas, las comunidades y los pueblos, caminan para adelante y no para atrás.
Esa paciencia nos faltó muchas veces en las luchas populares. El triunfalismo nos hizo errar de análisis y consecuentemente, de política. Recuerdo cuando hablábamos de “guerra prolongada”, pero cuando éramos un millón de argentinos llenando la Plaza en la asunción del Tío Cámpora, y Lanusse se retiraba en helicóptero, todos coreábamos al unísono: “se van, se van...y nunca volverán...” ¡cómo nos la creímos! Y esa noche fuimos a pie hasta la cárcel de Devoto, cruzamos la ciudad entera. Y recuerdo que ya era medianoche cuando abrazábamos a los compañeros que recuperaban su libertad. En esos momentos de euforia, nos olvidamos de la “guerra prolongada”. Y así nos fue.
El monstruo contra el que luchamos no es nada fácil. Pero también es verdad que hoy la situación del Continente es totalmente distinta, y también el orden mundial es otro. El Imperio está, en muchos sentidos, en sus estertores. No lo ve quien no lo quiere ver. El cruce de Cristina con Sarkozy fue impagable, la actitud de Lula con Obama en el caso iraní, también. Ya no somos más el patio trasero, al menos en la postura de nuestros gobernantes, que saben actuar con independencia frente a los poderosos. Ni hablar del episodio de Chávez con el Rey de España. O de los enfrentamientos del Evo con el status internacional.
Tener paciencia, es fundamentalmente, no caer en el triunfalismo. Y no bajar la guardia. Y perseverar en la lucha diaria para que la mayoría de la gente entienda lo que está pasando. Porque si lo entienden, con seguridad le darán la espalda a los Felipes, a los Colorados y a los Cabezones de la vida, por no hablar de “los otros”, los del C.C.C. Y a los Pinos también, salvo que éstos perciban que están meando fuera del tarro, y resuelvan volver a defender las banderas del campo nacional y popular, pero sin estrellatos personales.
Por último, perseverancia para continuar la lucha cotidiana para que la gente participe. En eso erramos mucho, no podemos repetir esos errores. Participar o movilizar, no es llevarlos como corderitos. Eso se lo dejamos para Duhalde o Felipe. Movilizar es lograr que se muevan como sujetos y no como objetos. Que se organicen. Para reflejar aquella verdad de que “La organización vence al tiempo.”
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