Con sinceridad, ¿Uds. creen que esos energúmenos pueden significar “el cambio”?
Profundicemos un poquito. No se trata de cambiar figuritas, sino de cambiar de mentalidad. Cambiar la escala de valores, que normatiza nuestras decisiones. Pasar del fácil acomodamiento a conveniencias a una rigurosa fidelidad a principios y compromisos asumidos.
Todos ellos son la imagen fiel de la vieja política, aquella que explotó en el 2001 cuando encerraron a la clase media en el corralito, pero que viene explotando al país desde la época de los unitarios y federales.
Es la política del conchabo, de la bolsita de mercaderías, del palabrerío rimbombante para engañar giles, de los operativos mediáticos para instalar una visión de la realidad totalmente deformada. Y de la fácil disculpa que hay que hacer crecer la torta, para después repartirla. La que mira las fallas ajenas, sin siquiera hacer una autocrítica de las propias.
Y especialmente la política de la antimemoria, para que justamente no surja la falta de principios, pues hoy son capaces de negar aquello que afirmaron toda la vida. Porque actúan por intereses, y no por convicciones. Y lo que es peor, intereses espurios en la mayoría de los casos.
Vino un “flaco” que restauró la dignidad de esa política prostituida. Era algo simple: tenía principios y no estaba dispuesto a negociarlos. Y comenzó a tomar las medidas gubernamentales pensando en sus convicciones de toda la vida, que además no eran convicciones personales sino las convicciones de un colectivo. Era confrontativo, obsesionado, irritante.
Mientras las señoras del Barrio Norte con su profetisa de morondanga rasgaban sus vestiduras, mientras la Patria sojera se creía dueña del país, añorando la Argentina del centenario, y mientras algunos calentaban sueños destituyentes, amparados en la traición del vice, mientras el Colorado se regodeaba de su triunfo electoral en la Provincia, había miles de jóvenes que, en silencio, como incrédulos, estaban analizando que aquel flaco estaba devolviendo la dignidad a la política, convirtiéndola en instrumento del BIEN COMÚN.
Fue necesario que Dios se lo llevara para que todo ese movimiento subterráneo saliese a la luz. Algo que algunos ya habíamos intuido en los festejos del Bicentenario. Pero que nadie había imaginado con esa profundidad e intensidad.
Esos viejos carcamanes no son el cambio, sino la vuelta al pasado.
El cambio, o lo hace nuestra gente joven, o no lo hace nadie. Porque es un cambio cultural, profundo, de comportamiento, de costumbres, de actitudes.
Una sociedad donde las personas valgan por lo que son, y no por lo que tienen.
Una sociedad donde la profundidad de las convicciones no sea cambiada por la superficialidad de las apariencias.
Una sociedad que procure divertirse sin inventar circos romanos donde el festín sea la pelea o el sufrimiento de otros, como los gladiadores en el coliseo.
Donde se pueda reir, sin necesidad de provocar el rídiculo.
Donde no se discrimine por motivo alguno. Ni racial, ni intelectual, ni sexual.
Una sociedad que corra atrás de la felicidad y la realización como seres humanos, y no atrás del lucro y la posesión de bienes como fin último de esta vida.
Me cago en la cuenta bancaria. Me cago en el auto último modelo. Me cago en todo aquello que empequeñece al hombre, en vez de enaltecerlo.
Una sociedad donde la profundidad de las convicciones no sea cambiada por la superficialidad de las apariencias.
Una sociedad que procure divertirse sin inventar circos romanos donde el festín sea la pelea o el sufrimiento de otros, como los gladiadores en el coliseo.
Donde se pueda reir, sin necesidad de provocar el rídiculo.
Donde no se discrimine por motivo alguno. Ni racial, ni intelectual, ni sexual.
Una sociedad que corra atrás de la felicidad y la realización como seres humanos, y no atrás del lucro y la posesión de bienes como fin último de esta vida.
Me cago en la cuenta bancaria. Me cago en el auto último modelo. Me cago en todo aquello que empequeñece al hombre, en vez de enaltecerlo.
Respeto, amor y coraje, pero en serio, no en joda.
Porque como cantara la Negra Sosa, TODO CAMBIA. Claro que están los cambios del camaleón, que cambia de color según la ocasión. Y están los cambios de quien, día a día, se va re-creando en esa bendita libertad en la que nos asemejamos al Creador.
El eje de esta campaña debe ser: estamos cambiando. ¿Avanzamos o retrocedemos? ¿Seguimos adelante o volvemos al pasado? Dejemos las chicanas para los que no tienen proyectos, y los jingles para los que no tienen ideas a discutir. Encolumnados atrás de nuestros jóvenes, discutamos el futuro. Que pertenece mucho más a ellos que a quienes estamos en la etapa final del camino. Pero que hasta el último suspiro, soñaremos con una Patria Justa, Libre y Soberana.
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