Para los que estudiamos con el manual de Historia argentina de J.C.Adolfi, escuchar hablar de “pueblos originarios” era lo mismo que mencionar a los ET. ¡Ah! ¿vos te referías a los indios salvajes? Sí, eso lo estudiamos en el secundario…lo único que me quedó grabado en la mente fueron los malones salvajes atacando a los indefensos pobladores.
Ahora, entrando casi a los 70 añitos, me doy cuenta que nos bolacearon de lo lindo, y distorsionaron el pasado como una forma de mantenernos dóciles y dominados. En nombre de los valores de la civilización occidental y cristiana.
Sólo que muchos de nosotros fuimos a las fuentes, y dispensamos los intermediarios. Nos quedamos con el Evangelio de Jesús, y dejamos de lado la Imitación de Cristo del fundador del Opus Dei. Y en el Evangelio descubrimos al hombre, valores como justicia, libertad, dignidad. Y aprendimos a amar al hombre concreto, a ser solidarios, a buscar la Verdad sobre todas las cosas, porque es la que nos liberta. Y a luchar por la Justicia.
Y ahí nos desayunamos de todas las mentiras y falsedades, con las que nos habían contado la Historia Oficial. A veces, con intenciones ocultas. Pero muchas otras veces, por tener una cortedad mental tan obtusa de pensar que los próceres deberían ser presentados como héroes descarnados, para ser tomados como modelo de ejemplo y veneración. Más o menos como hace la Iglesia con los santos. En el fondo, es tratarnos como niños, o como boludos.
Pero no seamos ingenuos. En esa distorsión histórica se plantean confrontos y planteos que continúan hasta los días de hoy, y el acentuar un aspecto o silenciar otro tiene mucho a ver un ánimo de influir en el presente, en un determinado sentido.
Y hete aquí la mayor importancia que reviste ese revisionismo histórico. No es sólo para restablecer la verdad histórica, sino para iluminar el presente que nos toca. Para entender la realidad de nuestros días. Porque con toda las diferencias que puedan existir entre aquellas situaciones de antaño con las complejas realidades polifacéticas de los días de hoy, los hilos conductores son los mismos, los intereses en juego, también.
En 1625 Potosí, en Bolivia, tenía 160.000 habitantes, con un esplendor muy superior a Sevilla y otras ciudades europeas. Hoy tiene entre 170 y 200.000 habitantes, y una pobreza extrema, digna de tercer mundo. Su riqueza era tan grande que en el Quijote, Miguel de Cervantes acuñó el dicho español vale un Potosí para significar que algo vale una fortuna.
Hoy no hay ejércitos coloniales, ni cruzadas con la cruz y la espada. Hoy manejan con transacciones financieras, calificadoras de riesgo, remesas de lucros de las filiales para las matrices. Royalties y patentes. Pero es la misma historia: la Europa empobrecida que quiere matar su hambre con nuestras riquezas. Porque aunque nos hayan dejado sin oro y sin plata, hay dos cosas que no se pudieron llevar: nuestros pueblos…y nuestros recursos naturales, que dan para alimentar por lo menos a medio planeta.
Por eso es importante desentrañar las mentiras y falsedades de nuestra historia, para colocar las cosas en su lugar. Para que nuestros chicos y adolescentes entiendan de qué lado estaba la civilización y de qué lado la barbarie. Y luego lo sepan traducir a nuestros días. Que descubran que el elemento divisor no eran ropas o modales, sino valores morales u objetivos propuestos. Quien era el agresor y quien el agredido. Quien actuaba por la codicia, y quien defendía su tierra, y su gente.
Hoy también esa historia se repite. La civilización no es garantía de las zonas chic de Bs.As., ni la barbarie propiedad de las villas o barrios humildes. O entre los “civilizados” porteños y los “brutos” jujeños.
La situación de nuestros chicos hoy día, felizmente no es la misma que la nuestra, los que estudiamos con el manual de Astolfi. Pero igual, es necesario un laburo de concientización para buscar la verdad histórica, y ello no es algo sólo del pasado, sino que es la llave para entender nuestro presente y laburar nuestro futuro.
Por más historias que se inventen, el paso del tiempo va quitando el polvo que se acumula en los escritos oficiales, y siempre aparece algún pobre infeliz que cuenta lo que realmente aconteció, o al menos da la otra versión de los hechos, con lo cual se llega a un juicio histórico equilibrado, y no totalmente distorcido por prejuicios o intenciones ocultas.
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