terça-feira, 7 de setembro de 2010

¡HASTA LA VICTORIA, SIEMPRE!




La vida, a veces, nos sorprende con situaciones que antes no hubiésemos imaginado. Si cinco años atrás alguien me hubiese dicho que iba a escribir esta nota, no lo habría creído. No porque no sintiese lo que voy a decir, sino porque el motivo que me lleva a hacerlo, no pasaba por mi cabeza. ¿Quién carajos iba a decirme que aquel adolescente con quien compartí campamentos, y actividades parroquiales que marcaron nuestro carácter, nuestra personalidad y nuestra vida fuese hoy recordado, después de 40 años de su muerte heroica como “Comandante” por jóvenes que hoy tienen 20 o 30 años. Y es justamente esos jóvenes que hoy me motivan a dar mi testimonio sobre Fernando Luis Abal Medina en su época de adolescente.


Cuando ocurrió lo de Aramburu, yo era un curita joven en San Pedro, que adoraba matear en los ranchos con la gente, o liderar un grupo de gente que se disponía a hacer algo en el Barrio Obrero, 200 familias “usurpadoras” y una sola canilla de agua en el medio del barrio.



Cuando vi los afiches por toda la ciudad sobre “los procurados” secuestradores de Aramburu, reconocí al instante el rostro de Fernando, aquel que había conocido de adolescente, compartiendo una serie de actividades. El, como sus hermanos, eran de la JAC (Juventud de Acción Católica) de Monserrat. Yo, del Corazón de María de Constitución. Y mantengo hasta hoy una imagen nítida del Fernando adolescente. Yo no lo había visto nunca más, porque fuimos por caminos separados. Pero en la misma dirección. Cuando ví la foto de Fernando, sentí orgullo. Yo estaba viviendo mi proceso de politización. Conocía la generosidad, los ideales, y la escala de valores de aquel antiguo compañero de la Acción Católica. Para mejor, aparecía al lado de Fernando otro compañero que también había conocido en los pasillos de la JEC: Mario Firmenich.

Todo eso no era casual, para nada. Desde adolescentes, habíamos elegido el camino de las piedras. Aquel que significaba una renuncia personal a muchas cosas, para entregarnos a una causa mayor. Y me viene a la memoria la figura de Norberto Habegger, a quien conocí en Arrecifes yendo a buscar material de campaña de la DC. En enero del 70 volvimos a encontrar nos “por acaso”. Era el feriado de Reyes, y Norberto (que ya estaba en la lucha armada) había ido a San Pedro a pasar el día con su familia. Cuando volvían por la Mitre, le llamó la atención una franja en la calle y movimiento de mucha gente en una esquina donde había una parroquia. Curioso como buen periodista que era, bajó a “chusmear”. Y se encontró que todo aquel alboroto era en protesto por el traslado de un curita joven, justamente aquel chico de Salto que había conocido buscando material de campaña. Pero esa es otra historia. A partir de ese momento, Norberto fue como un hermano para mí, y convivimos en La Plata durante los meses del gobierno de Bidegain, formando con nuestras esposas y nuestros hijos un verdadero núcleo familiar.

Pero volvamos a Fernando. Lo que quiero remarcar es que toda esa politización provino de una descubierta de un mundo donde reinaba la injusticia y la pobreza. Y un sentido de fraternidad nos llevaba a comprometernos, y hacerlo en serio. Ese compromiso que llevó a Fernando como a tantos otros a asumir la lucha armada. Yo reconozco que en ese momento, elegí otro camino. Pero en el mismo sentido. En mi experiencia personal, tuve una etapa mística, en la que ingresé al seminario o laburé como cura...donde no entraba la palabra violencia. Pero sí la palabra “injusticia”...y la palabra “pobres”. Tal vez mientras Fernando con su pareja iban a Cuba a entrenarse, yo era un seminarista descolgado que pasaba sus vacaciones ayudando a una familia de La Cava, en San Isidro, a levantar su rancho de madera. O en Villa Pulmón, en San Nicolás, picando escombros para hacer el piso de la escuelita. Pero ambos teníamos en mente que la vida sólo tenía sentido si hacíamos algo para cambiar la situación.

Puede disentirse sobre el camino elegido. Me costó años aceptarlo, y nunca personalmente. Fui respetado cuando puse objeción de conciencia para recibir instrucciones sobre manejo de armas. Y quiero morirme sin haber tocado nunca un arma. Pero cuando tuve que correr riesgos llevando unas fotocopias, o tipeando Evita montonera, lo hice.

Y si estoy contanto esos detalles son para demostrar que, por encima de los errores que todos los seres humanos tenemos, la figura de Fernando y de todos aquellos compañeros que dieron la vida por su ideal de justicia y libertad merece respeto, admiración y gratitud. Porque al final de cuentas, se sacrificaron por nosotros, por esa entelequia llamada Patria.

El 7 de setiembre del 70, cayeron Fernando y Gustavo en aquel enfrentamiento. Cuando en el 72 mi mujer quedó grávida de su segundo hijo, al nacer le pusimos los nombres de Fernando Gustavo en homenaje secreto a aquellos dos compañeros caídos. Nuestro Fernando Gustavo falleció a las 24 horas de haber nacido, e infelizmente sólo quedó el registro en nuestra libreta de casamiento. Pero tiempo después, nació un sobrino y mi cuñado y su mujer le pusieron ese nombre. Hoy Fernando G. es un bloguero K rabioso. Tal vez esté descubriendo ahora el origen oculto del nombre que lleva, no lo sé. Pero estoy seguro que debe sentirse orgulloso de llevar el nombre de aquellos guerreros.
¡Hasta la victoria, siempre!

Um comentário:

  1. Cumpa, excelente post! lamento mucho su triste episodio, pero el amor parece haber florecido de todas maneras en su familia grande!
    abrazo y ya lo puse en el blogroll!
    pd: el afiche del mopeblog no lo usamos mas, digo para que no haya confusiones!

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